EL ESPACIO PÚBLICO, REFLEXIONES - LABORATORIO
INTERVENCIONES EN EL ESPACIO ASÍ
LLAMADO PÚBLICO.
¿De qué manera unas ordenanzas establecidas por un organismo oficial y que
tienen como objetivo primordial velar por la seguridad de la gente en un momento
de máximo peligro para su vida pueden ser interpretadas de formas tan diversas?
(MUNTADAS, notas del proyecto- “ON TRANSLATION”)
Derek Bacon, “public guidance”
La decisión acerca de cómo llevar a cabo la puesta en marcha del
laboratorio “de la escuela a la calle” se tomó en términos de “irrupción”. De
este modo, la transformación de la experiencia cotidiana en esperiencia
artística fue tomando forma a través de ciertos tipos de posiciones planteadas
para “observar” y verificar las conductas que se generarían en el público, que
tomaría un papel participativo si bien impuesto a través de nuestras
intervenciones.
Decidimos abordar esta irrupción a través de la intervención con o a
señales reconocibles en el entorno de la ciudad, con el interés de que esa
verificación diera cuenta primero de qué tan habituados a las “señas comunes” y
al lenguaje visual manejado con propósitos de ordenamiento estaban los
transeuntes, tanto como de los puntos en que estos lenguajes usuales podrían
tornarse no tan claros y por lo tanto conflictivos, espacio en que podríamos
entrar a jugar con sus sensibilidades.
En la primera fase del laboratorio realizamos dos ejercicios que nos
conducirían a definir nuestro espacio, y el espacio de lo público, como uno de
“frustración”. Pudimos verificar una especie de papel protagónico
reticente/reaccionario de parte de la gente involucrada, de manera
involuntaria, primero en un espacio de encuentro común dentro de la universidad
(la perola) cercado temporalmente con un plástico que muchos identificaron como
señal de construcción, después en un espacio bloqueado (entrada de la 26, paso
hacia la plaza che) también por una tira de ese mismo plástico, de color verde,
con el que los integrantes del grupo restringíamos la circulación de las personas
en tránsito durante un intevalo de tiempo. En el primer ejercicio identificamos
una tendencia a “dejarse desplazar” y/o frustrarse, mientras en el segundo la
gente actuaba más directamente “contra” el bloqueo. Con esto hallamos también
ese espacio no físico que constituye el MOMENTO DE INCOMODIDAD que plantea
claramente la frustración, como el llamado a la acción, de este tipo de
situaciones.
Y fue a través de la idea de un momento de incomodidad por la que
empezamos a discutir qué posibles mecanismos y situaciones podríamos propiciar
para plantear ese doblez de lo que constituiría el espacio público, en el
diálogo que representa, más que una locación física tangible, y todas las
contradicciones que se encierran en la forma en que intenta estar “constituído”.
Se provocaron inquietudes acerca de lo CONFRONTACIONAL que debería ser,
sopesado con la necesidad de transmitir un mensaje lo más apartado de
expectativas, ideas a priori y prejuicios con respecto a los resultados de
nuestra parte, tanto como abierto y “acogedor” hacia la posibilidad de
experiencia del público. En este punto nos concentramos en la elección de
procedimientos y las características más deseadas en los objetos a realizar o
intervenir. Partimos de la señalización, pero cambiamos la idea inicial de
intervenir una cebra, cuestión que involucraba una inversión un poco arriesgada
de medios y que quizá sólo alcanzaría parcialmente el objetivo deseado en las
condiciones que primero planteamos (que luego al discutirse con el profesor
tomaron una forma “efectiva” más apropiada pero que no podríamos realizar en
este momento del proyecto), y optamos luego por apostarle un poco más a la
posibilidad de diálogo que plantea el espacio de la calle.
Con respecto a lo que define la necesidad de establecer un diálogo con el
entorno La fundación Gilberto Alzate Avendaño en su Cátedra Bogotá 2012 habla
de un abordaje del “territorio de la ciudad en cuanto a denominador común de
Territorio entonces como entorno físico e histórico común (memorias). Territorio
como espacio cultural de consolidación de valores compartidos (signos de un
lenguaje). Territorio como premisa para la transformación de la ciudad
(deseos)”. Y partiendo de esta interacción la necesidad que se genera es, de
nuestra parte, buscar cómo tocar la sensibilidad que promueva transformación,
así sea de una conducta del momento en el público, a través de la toma de
conciencia de lo “no dado” del espacio público, lo que queda en lo oculto, o no
es tan percibido a simple vista, y que requiere de nuestro tiempo y atención
para ser “rescatado”, y que nos pertenece. El primer conflicto que se planteó
en este sentido fue la dificultad de eliminar la expectativa. Exploramos en
este sentido hasta dar con elementos que podrían ser, entonces, al mismo tiempo
que extraños, conocidos, a través de su ubicación fuera del contexto familiar
en que suelen ser hallados. Cojines blancos para acondicionar temporalmente
paraderos, un tapete, y una señal en stencil que evoca un punto de “marcación”
y que lanza la pregunta de “¿está usted aquí?” para quien se detenga a
reflexionar con ella. Todo esto en un recorrido en puntos clave con
características y condicionamientos diferentes.
En medio de nuestras primeras pruebas y las conclusiones de cada momento
específico dimos con la necesidad de transformar primero nuestra propia visión
y las formas de relación que se establecen entre el “actor” y su entorno, para
lograr no neutralidad, sino apertura a la experiencia; en esto, de parte del
público, nos hallamos con ese sentido de desconfianza y sospecha que genera la
propuesta de “comodidad” y disfrute en medio de un espacio que parece ser
considerado hostil.
La calle como lugar de la idea nos planteó un choque e incluso la ruptura
establecida en la experiencia cotidiana a través del sometimiento inconciente
de las personas a los “establecimientos”, que supone una conformidad a
condiciones más o menos claras e incambiables que damos por sentadas y que
genera una insensibilidad que pretende ignorar la posibilidad de cambio. Podríamos
definir la “no reacción” o aparente “no alteración” de la conducta y/o el
tránsito como un mecanismo de defensa que promueve ese medio hostil del control
y la velocidad de las ciudades en las vidas de las personas; el error estaría
en asumir que el desinterés mayoritario del público no es una respuesta. El que
un transeunte se esfuerce en ignorar una escena que puede ser anómala y hasta
jocosa da cuenta de una necesidad de apartarse de la interacción que se ha
vuelto altamente riesgosa o que al menos implica un tiempo y energía con la que
muchos a veces no contamos. No queremos ser confrontados, y mucho menos estar
en la posición del que confronta. Y no es para menos, en un espacio que predica
ser público pero que está atestado no sólo de advertencias sino incluso
amenazas, y que aún a niveles muy superficiales todos sospechamos no es tan
público como se dice, pues está controlado por instituciones e intereses
privados que determinan qué tanto conviene que genere pertenencia entre sus
usuarios.
De esta manera, al avanzar en nuestra experiencia, con la variedad y
tintes de las respuestas obtenidas en cada lugar particular, pudimos avanzar
hacia el concepto del espacio público como FICTICIO. Lugar que en el mejor de
los casos puede entonces ser imaginado, y que plantea la necesidad de esa
confrontación que como ciudadanos nos atemoriza. La buena noticia fue que
pudimos observar cómo la confrontación, en palabras de Ramón Uribe, puede ser
“sutil”. No se necesita herir susceptibilidades ni proponer objetos estridentes
o amenazantes (tanto como las “portadas” de entidades bancarias o restaurantes
de cadena) para lograr captar algo de reflexión de parte de quienes se
inquietan por las cosas que se apartan, o les apartan, de la rutina o la
normalidad. Fue interesante que un cuestionamiento tan fuerte como el de la
pregunta en el tapete generara respuestas tan “naturales” o mejor poco
artificiales y concretas como el par que pudimos conocer por el interés mismo
de las personas que quisieron contarlas. Y la experiencia del paradero amoblado
nos remitió a esa “aceptación” de la comodidad que la gente esperaría les
proveyera el espacio público, y permite la apropiación de ese espacio, lo
convierte en un lugar “habitable”.
El conflicto de la apropiación se manifiesta partiendo desde asuntos
tocantes a los intereses personales versus los comunes y las divisiones que
esto genera, y es permeado por aquellos intereses a gran escala que son los que
determinan la manera en que “en realidad” nos es dado como sociedad alcanzar un
tipo de apropiación satisfactorio, lo cual al parecer es una ilusión cada vez
más en desuso. Y es a nivel de comunidad que se logra el cambio de un entorno
de ficción a uno que podamos compartir y mejorar. En este punto es de notar el
contraste ofrecido por el laboratorio ejecutado por el grupo que intervino los
muros, en el que se hace evidente un aspecto muy importante de la oferta de
posibilidades de experiencia más allá de “instantes” de irrupción y conciencia
(al detenerse frente a algo que no es usual y reclama atención) que
intentábamos nosotros, y es que a través de su espacio en blanco, frase y
marcador, lo que ponían de manifiesto es una etapa necesaria para la acción (y
para la conciencia comunitaria), que es el EMPODERAMIENTO. Así, a través de una
acción sencilla, aunque no libre de connotaciones, por el uso mismo del
lenguaje directo, le otorgaron al público más que una sugerencia, una
“herramienta”. Así establecimos dos puntos de vista y posibles ejes de acción
acerca de cómo aproximar ese tema tan delicado y problemático de lo público y
lo privado.
En resumen, quisimos lograr transformar -un poco- conductas a través de la
sustitución de la connotación de las señales comunes, sacándolas de su
categoría de “objetos de control”, y de la traída a la escena callejera de
objetos considerados privados para cuestionar “mecanismos de conducta”; nuestro
interés se centró en el conflicto del espacio público como NORMATIZADO,
convertido en distopia. Lugar que se ha ido privatizando, lugar de consumo. Un
espacio, si no ficticio, agónico.
Al respecto un amigo antropólogo señala que “el uso y el abuso” hace del
espacio público “un alguien que tuviera muchas enfermedades y no le hiciera
caso a ninguna... es como si dejaras a la deriva tu cuerpo, o tu piel.” Es “UN
COLLAGE ENFERMO” (Iván Oliva). PLAN/ SUCESO. Con nuestros objetos ocupantes/
ocupaciones (escenarios temporales), intentamos hacer del cuerpo un objeto
cotidiano en conflicto. Puesto “a la vista” de todos, modificando lo público a
través de ese “inaceptable” o molesto privado, lo personal. Un lugar “detenido”
o suspendido en la medida que el curso normal de un trayecto se ve afectado;
cuando la gente lo aceptó, se convirtió en cierto modo en un “lugar sin
tiempo”, en que la elección se sobreponía al sometimiento a condiciones. En
cuanto a la participación nos concentramos en los niveles de interacción a los
que se puede “someter” al espectador, los objetos y nosotros mismos. La sugerencia fue ampliar el rango de acción,
aumentar los puntos intervenidos en un mismo lugar. Es un proceso que debe
continuar en su recorrido.